miércoles, 9 de febrero de 2011

Conventa: una reafirmación teatral (por Natalia Aguerre)

Es sabido que el teatro occidental emergió de los rituales religiosos griegos en honor a Dionisio. El ditirambo, compuesto por un coro de 50 hombres aproximadamente, ubicados alrededor del altar del dios, era una forma ritual por la cual los griegos entre cantos y danzas le pedían al dios buenos frutos y cosechas. Con el tiempo, el ditirambo se amplió para incluir historias acerca de los semidioses y héroes seculares a quienes los griegos consideraban como sus ancestros. Así, el sistema representacional empezó a simbolizar y narrar, a través de la forma dramática, a la sociedad humana.
A medida que el desarrollo social creció en complejidad, la racionalización cultural y la diferenciación social llevaron a que no sólo el significado de lo sagrado, manifestado en los rituales, comenzara a cambiar, sino que estas nuevas representaciones potenciaron prácticas y conductas teatrales en la sociedad, surgiendo así una nueva conciencia de la actuación. Un ejemplo de ello es la religión cristiana occidental, la cual fomentó la devoción a la institución católica a través de nuevos escenarios y la fragmentación de las actuaciones.
Ritual, religión y actuación son las claves que Marcelo Bertuccio utiliza para problematizar el nodo del teatro de nuestros días, con su obra “Conventa”.
La acción se desarrolla en el patio de un conventillo de la Boca, donde un grupo de jóvenes intentan construir un drama dentro de la ficción de un convento. Como en los tiempos de antaño el ritual los reúne, y es así que “el mate”, práctica y símbolo de identidad rioplatense, está presente a la largo de toda la obra.
Los jóvenes, que interpretan los roles de sacerdotes y monjas, se encuentran atravesados por las multifacéticas actuaciones que deben representar en sus diversos estratos sociales para poder interactuar en/con la realidad. Esa fragmentación de las actuaciones que fuera llevada al extremo por la Iglesia Católica, hoy en día es práctica habitual de la presentación de las personas en la vida cotidiana, y con esto el autor intenta mostrar cómo la actuación ya no es exclusividad del teatro sino que es parte de nuestras estrategias de interacción social.
En la obra, estos niveles de actuación  generan conflictos que se complejizan al momento de construir teatro (dado que no sólo es la construcción del drama sino de su representación) porque cada uno expresa, no sólo sus necesidades, limitaciones, y deseos, sino lo que entienden sobre el mismo.
Y mientras el tejido se enreda, Noelia/monja/española, una especie de prestidigitador lorquiano (válgame el término), observa y aguijonea, durante el transcurso de la obra, sobre cómo debe hacerse el teatro. Aunque estas arbitrarias palabras intenten mostrar un aspecto negativo de Noelia/monja/española, este personaje no solo sintetiza los avances del teatro sino que nos enseña, con modestia, que éste no posee una única manera de hacerse, pero sí una sólida base que es el drama. 
Este drama, construido de palabras entrelazadas con maestría y dichas con respiración justa, es lo que crea Marcelo Bertuccio para contar lo que nos pasa con el teatro y no lo que pasa en él.

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